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martes, 1 de noviembre de 2011

VIAJE A BÉLGICA. Del 28 de octubre al 1 de noviembre de 2011

VIAJEROS: Inma y Felo y Vicente y Gemma.
DÍAS: Del 28 de octubre al 1 de noviembre al 12 de octubre
TRANSPORTE: Salida    Ryanair        28/10/11 a las 18:20 h. Llegada al aeropuerto de Charleroi a las 20:40h
                        Regreso  Jetairfly     01/11/11 a las  06:45. Llegada al aeropuerto del EL ALTET a las 09:25h
   

   


PREPARATIVOS y DIARIO DE VIAJE
 


Este año toca Bélgica. Sí, el país del chocolate, los gofres, las cervezas, y sus ciudades de cuento. Durante el largo puente de todos los santos visitaremos, además de su capital Bruselas, las ciudades flamencas de Gante y Brujas (y alguna más si nos diera tiempo), utilizando sus fenomenal red de transportes públicos que en menos de una hora te puede desplazar desde la capital a cualquier otra ciudad de relevancia. 

Para movernos en tren 4 personas, utilizaremos el bono rail-pass (75€) de 10 viajes, y algún ticket normal en caso de necesitar alguno más.  En las 10 líneas en blanco del bono, deberemos  indicar el recorrido de cada uno los viajeros (al ser cuatro, deberemos rellenar 4 líneas), y enseñarlo al revisor llegado el caso. Para utilizar el metro, bus o tranvía en Bruselas, lo recomendado sería la carte groupe, que son viajes ilimitados para cuatro personas -en este caso- durante un día al módico precio de unos 10€.
 
 Aeropuerto de Charleroi

Desde el aeropuerto de Charleroi, media hora después de la llegada de cada vuelo, en nuestro caso Ryanair, un autobús nos trasladará en poco más de una hora a la Estación Gare du Midi en Bruselas. Los tickets (13€/22€ ida/vuelta) los sacaremos en uno de los mostradores o kioskos que nos encontraremos nada más salir del aeropuerto (mirando a la derecha), frente al parking de los buses. En Midi deberemos coger un metro en dirección a la estación Gare du Nord y bajarnos en las paraas de Anneessens o Bourse, líneas 3/dirección Esplanade (verde) ó 4 (rosa) en dirección Gare du Nord.
 
   
Info Bruselas   http://www.enbruselas.com/
    Completas guías turísticas de Bruselas
 http://www.guiadebruselas.es/transportes/
 http://www.bruselas.net/

Para trasladarnos el martes 1 de noviembre de Bruselas al aeropuerto de Bruselas (BRU/Zaventem) que está a unos 12 kilómotros, podremos coger -45 minutos- los autobuses de las compañías DE LIJN o MIVB/STIB, que parten desde las principales estaciones de la ciudad o uno de los trenes -4.5€- que, pasando por las tres principales estaciones de Bruselas, se dirigen también al aeropuerto. También el traslado en taxi 35-45€/20-25 min. sería una buena opción.
Páginas WEBCAM:   GRAND PLACE
                       Brujas plaza del Mercado
                       123 Webcams Bélgica
                           
El hotel Bedford está situado en la Rue Du Midi 135. Un 4* con desayuno incluido en el corazón de la capital europea, que seguro cumplirá nuestras espectativas, y más, al haberla conseguido en oferta y a muy buen precio. Céntrico, a pocos metros de los lugares más emblemáticos y sobre todo, cercano a la estación Gare du Midi, a la cual llegaremos del aeropuerto de Charleroi el viernes 28 sobre las 21 horas. Igualmente, desde esta céntrica estación cogeremos los oportunos trenes que nos tendrán que llevar a Brujas, Gante o cualquier otra ciudad que tengamos pensado visitar.

DIARIO DE VIAJE


DÍA 1. Viernes 28 de octubre

     Facturamos una sola maleta por pareja sobre las 17:30 horas, pasamos el control de policía y accedimos por fin a la zona de embarque del nuevo aeropuerto de Alicante, el 5º de España y uno de los mejores de Europa.

   
Nos vamoooooooooooooooooooossss

El vuelo de Ryanair estaba previsto para las 18:45, pero salió con media hora de retraso, algo inusual en esta compañía. Finalmente, a las 19:20 despegó el avión y llegamos al aeropuerto de Charleroi a las 21:30. Mientras Vicente y yo nos encargamos de recoger las maletas, Inma y Gema salieron al exterior, justo a la salida a la derecha, a sacar en una maquina expendedora los tickets de autobús que salían (cada media hora) hacia Bruselas. Estas máquinas, y hasta una taquilla de venta, están situadas a la derecha de la salida de la terminal, y para llegar a ellas sólo hay que seguir la línea azul que hay en el suelo.
La Grand Place
  
La Grand Place. Una de las plazas más bonitas del mundo

El autobús lo cogimos frente a las mencionadas taquillas, y en una hora y diez minutos nos dejó en la Estación MIDI. No serían más de las once y media de la noche, cuando cogimos en la propia estación la línea 3 de metro que nos debería dejar en la parada Annessenns, muy cerca de nuestro hotel, pero los designios del momento nos hicieron que tomáramos el camino equivocado a la salida del metro, y camináramos en dirección contraria una media hora, hasta que al fin encontramos el camino y dimos con nuestro ansiado hotel.

Panorámica de la Grand Place
El hermano de Vicente, Sergi, estaba esperándonos en la puerta. Como está viviendo y trabajando en la capital europea, nos acompañó durante los días que allí estuvimos, orientándonos, llevándonos a buenos restaurantes, de los que van los bruselenses, y mostrándonos lugares desconocidos de la ciudad.
No serían más de las doce y algo cuando tras dejar las maletas en la habitación, nos dirigimos a cenar a una calle a espaldas de la Grand Place, que se ha especializado en comida griega. Pitas, giros y durums, nos sirivieron de cena esa primera noche, además de tener también nuestro primer contacto con el mundo de  la cerveza belga: la Jupiler, de las suavecitas y parecidas a las españolas.
       
Grand Place
Tras el último sorbo de cerveza nos dirigimos a la Grand Place, o Grote Mark, considerada como una de las mejores plazas mayores del mundo. Y ya lo creo. Iluminada con tenue luz, los edificios de estilo barroco de brabante, conformaba un conjunto arquitectónico sin igual, con edificios gremiales de los siglos XV en adelante muy bien conservados. La plaza estaba llena de gente, de muchos españoles, pero también de cientos de jóvenes sentados en el suelo en agradable tertulia y botellón, que quizá restaban encanto a la plaza. Cervecerías, chocolaterías y restaurantes poblaban los bajos de la plaza, además de abundar en las calles colindantes como bien comprobaríamos esa misma noche, porque Sergi nos llevó a una de las cervecerías más famosas, la Delirium Café, de la cervecera Delirium Tremens, con una carta de más de 2000 cervezas. 

En el Delirium, tomándonos unas cervecitas.

Al final del la calle Impasse de la Fidelité, la misma que albergala versión femenina del Maneken Pis, la Janneken Pis, encontramos una de las mejores y más grandes cervecerías de Bruselas. En madera y forradas las paredes y techos de manteles, bandejas y cualquier cosa relacionada con el mundo de la cerveza, siempre está llena de gente dispuesta a degustar alguna de las decenas de cervezas que contiene su carta. Curioso resulta para el neófito, al menos la primera vez, contemplar como solamente se bebe cerveza de todo tipo, color, sabor y graduación, relegando el consumo del vino o el resto de alcohol a la mínima expresión. Probamos una "delirium nocturnum" oscura, negra, de alta graducación, que finalmente se quedó en el vaso, y otra "blonde", rubia, también de 8 ó 9 grados pero que nos gustó más. 
  
La típica foto, con Maneken Pis, cerca de la Grand Place

Eran las 3 de la mañana y habíamos tenido un día ajetreador, por lo que decidimos descansar unas horas para volvernos a ver a las 9 en el desayuno. Sin embargo, nuestra sorpresa, al menos la mía, fue al encontrarnos unas camas, unos somieres que parecían de goma, muy blandos, de esos que te hundes literamente, y además,  con unos cojines muy altos, que hacían imposible conciliar el sueño apoyados en ellos. Por lo demás, y como seguramente más adelante también se leerá, no tuvimos queja alguna del hotel, que situado en pleno corazón de Bruselas, nos sirvió de perfecta plataforma para conocer este país co-fundador de la UE.

DÍA 2. Sábado 29 de octubre

El desayuno del hotel no estaba mal, compuesto por fiambre de varios tipos, quesos, huevos revueltos y bacon, croasanes y hojaldres con crema, muy ricos. El café, la leche y los zumos también eran aceptables. Recargábamos pilas tranquilamente, sin las prisas y el stress de nuestra vida cotidiana, para salir no muy tarde del hotel y aprovechar al máximo los días. De hecho, a partir del día siguiente quedaríamos a las 8 de la mañana; una costumbre que ya venimos arrastrando en todos los viajes.
    Este día lo dedicaríamos por completo a la capital de la Unión Europea. Comenzamos por contemplar y admirar nuevamente la Grand Place por el día, aprovechando que nos hizo buen tiempo, sin lluvia y apenas frío, por más que el sol apenas lo viéramos, aunque no nos importara, mas siendo de Alicante. Recorrimos las calles adyacentes, por algunas de las cuales deambulamos la noche anterior en compañía de Sergi.  

Palacio Real

Recorrimos la calle que nos llevaba al Manneken repleta de tiendas de souvenirs, pero sobre todo de chocolates: Neuhaus, Godiva, Leónidas y otras tantas marcas que siempre estaban repletas de gente comprando y probando, pues a parte de comprar unas cajitas para la vuelta (las compramos el último día), era una gozada entrar en Godiva y comprar unos bombones sueltos para saborear mientras recorríamos la ciudad. Continuamos hasta la catedral de Bruselas, dedicada a San Miguel y Santa Gúdula.


San Miguel y Santa Gúdula
De estilo gótico brabante, se comenzó a construir en el siglo XIII, y como muchos templos de la ciudad, estaba en muy buen estado, limpia, y además, no se pagaba entrada. En su interior pudimos admirar sus extraordinarias vidrieras, un púlpito de talla completa que era una preciosidad, e infinidad de capillas con hermosos cuadros y esculturas.

Grand Place
 Esa mañana también recorrimos el Parc de Bruselas, repleto de árboles de colores ocres, rojizos y amarillos tan típicos del otoño, hasta desembocar en el Palacio Real de Bruselas, la residencia de los reyes de los belgas.Seguimos por Regentshapsstraat hasta el barrio exclusivo de Sablon, donde también entramos en la iglesia de Nuestra Señora de Sablon y recorrimos el mercadillo de antiguedades instalado al aire libre el la plaza que hay en un lateral. Frente a la iglesia, descansamos en un parque romántico erigido en honor a quienes osaron levantarse ante la dominación española, perdiendo la cabeza finalmente por su actuación de defensa de su patria, la place du petit Sablon. Al final de la calle encontramos el Palacio de Justicia, forrado de andamios, pero convertido en uno de los edificios más grandes del mundo. Frente al edificio, encontramos el monumento en honor a la gloria de la infantería belga, y lo más curioso: la clara separación entre la ciudad alta y la baja, que pudimos salvar bajando por un ascensor público.


Era el primer día, y como hacemos siempre, lo dedicamos en exclusiva a ver la ciudad que nos acoge, pero ya estábamos algo cansados y necesitábamos un buen descanso en una cervecería belga y empezar a catar sus magníficas cervezas. Atravesando el barrio de Sablon con otra buena y larga caminada, llegamos nuevamente al Manneken Pis, abarrotado como siempre de gente, y decidimos entrar en una cervezería de nombre impronunciable, pero que resultó ser maravillosa, la Poechenlellekelder. Poechenlellekelder (situación google maps).  De estilo antiguo, con muebles y utensilios de otros tiempos, está repleta de cuadros antiguos, adornos de temática cervezera y de ¡marionetas! Sí, efectivamente, esta cervecería se convierte en ocasiones en un bohemio teatro de títeres con escenario incluido que sirve de decorativa pared en el salón del sótano, en el que precisamente nos acomodamos para desgustar el dorado líquido belga. 

Maneken Pis
Como sabíamos que en Bruselas suelen acompañar a las cervezas de quesos, no tardamos en pedir un plato con 5 variedades de quesos, de pasta blanda, dura, fuertes y de intenso sabor y olor, que acopañamos con Orval y Trapista de Abadía, de alta graduación e intenso sabor; Jupiler, una de las más bebidas y de sabor suave, como las españolas; hoargarden, la típica blanche de bruselas, que resultan ser algo afrutadas y de media graduación. Rodeados de una decoración sugestiva, algo bohemia y de luz ténue, ingerimos un par de cervezas por cabeza antes de dirigirnos nuevamente a la Grand Place para inmortalizarla de nuevo en nuestras máquinas de fotos, pero teníamos que comer. 

La Rue des Bouchers es una de las calles que hay junto a la Grand Place, que está repleta de restaurantes que ofrecen menús interesantes a los turistas. Por no más de 15-18€ se puede encontrar un buen menú de 2 platos y bebida, sin embargo, lo que andábamos buscando era el plato típico de bruselas: los moules et frites, es decir, los mejillones con patatas fritas. No había restaurante que no ofreciera en su carta esta insólito plato de pequeños mejillones hervidos con perejil, ajo y apio, que le da el sabor final. Finalmente nos decatamos por el más famoso, por el que según cuentan hacían los mejores mejillones con patatas, el Chéz Leon.  Como acabábamos de tomarnos los quesos con las cervezas, estimamos conveniente pedir solamente dos raciones de mejillones, pero para nuestra sorpresa, el camarero que nos atendió nos dijo que eso no podía ser, porque si éramos cuatro personas deberíamos pedir cuatro platos. En fin, qué más puedo decir... que nos hubiéramos ido a otro sitio y que incluso hubiéramos pedido el libro de reclamaciones, pero estábamos de viaje, de vacaciones, descansando.
Comida en Chez Leon
Pedimos la denominada Formule Léon, que por 14.90€ ofrecía 1/2kg de mejillones, patatas y una cerveza Maes, pero para cada uno. Nos los comimos, la verdad, pues no hinchan mucho, en un local cargado de historia, ya que están sirviendo comidas desde 1893. Las patatas tenían un sabor característico, algo fuerte. Se fríen dos veces para estar crujientes, pero lo que les da el sabor peculiar es la grasa de ternera donde se fríen, en lugar del tradicional aceite o la gustosa mantequilla. Mención aparte merecen las patatas, que se encuentran en infinidad de carritos, locales y puestos ambulantes a lo largo y ancho de la ciudad. Por 2 ó 3 euros, se ofrecen los cartuchos de frites servidos con alguna salsa, siendo la de mayonesa la más usual.
Terminada la comida y durante un agradable paseo por el centro de la ciudad, nos comimos un gofre, también un dulce típico belga que ha sabido exportar a todo el mundo, en otro de los centenares de puestos que venden este manjar a un precio que oscila entre 1-2 €.


Zona de las instituciones europeas
A media tarde quedamos con Sergi, que nos hizo de perfecto anfitrión, llevándonos hasta la zona europea, en la que pudimos ver el motor político de un país llamado Europa. También vimos los edificios de la Comisión Europea que en ocasiones vemos en la TV, el parlamento, enormes edificios de oficinas, de cristal, de formas características. Al atravesar esta zona entramos en el Parque del Cincuentenario, recorriéndolo pausadamente, mientras las tinieblas comenzaron a tomar el cielo bruselense. Al final del parque, y en medio de un edificio de corte clásico en forma de hemiciclo con museos en cada brazo, se instala un enorme Archo del Triunfo, de tres puertas y una gran bandera nacional belga en la central. 

Sentados en unos bancos frente al momumento, nos tomamos un respiro y aprovechamos para llamar a nuestras familias. Seguidamente, nos dirigimos a casa de Sergi a tomar unas cervezas belgas (Leffe y Grimbergen creo recordar), descansar algo y retomar nuevamente nuestro recorrido por la zona de Sablon. Esta vez, Sergi nos sugirió un restaurante-bistro de gran aceptación y prestigio, que suele salir en guías de viaje y gastronómicas, Le perroquet. No más de 10 minutos tuvimos que esperar para finalmente se acomodados, mejor dicho, embutirnos en una estrecha mesa junto a las de alrededor. El lector querrá saber que es práctica habitual, no sólo de Bélgica, sino también de Francia, el que los comensales compartan estrecha mesa junto a otras de desconocidos, o incluso que el camarero reubique a comensales en plena comida, asentándolos en otras más pequeñas si se requiere acomodar a un grupo grande. De todas formas, el restaurante era una delicia, de un ambiente agradable y tranquilo, repleto de gente joven. La comida típica, el plato más demandado era la pita rellena de infinidad de productos: vegetal, árabe, mixto... una verdadera delicia que acompañamos, cómo no, de la excepcional cerveza. Entre otras, dimos cabida esta vez a la Duvel de doble fermantación, con su correspondiente copa, ya que cada cerveza belga requiere de su exclusiva copa.

Parque del Cincuentenario. Arco del Triunfo

Cansados del agotador primer día, declinamos la propuesta de visitar el centro asturiano de bruselas para tomar unas copas, y preferimos optar por el hotel. Serían las diez y media de la noche cuando descendimos desde Sablon, situado en una de las elevadas zonas de la ciudad,  hasta nuestro hotel casi en línea recta.
    A dormir.


DÍA 3. Domingo 30 de octubre

Nos levantamos a la hora de costumbre, para a las 8 en punto estar ya los cuatro desayunando en el buffet del hotel. Este día lo dedicaríamos a visitar las ciudades de cuento de Brujas y Gante. Localidades relativamente cercanas a la capital y perfectamente comunicadas por tren. Nuestra intención sería visitar por la mañana Brujas, a una hora de camino, y por la tarde Gante, a media hora, aprovechando que el mismo tren recorre las dos localidades.

    Grote Markt. Brujas. El impresionante Belfort (campanario)

De nuestro hotel hasta la Gare Central Station no tardaríamos más de 10 minutos andando. Una vez allí comprobamos en los paneles de salidas y llegadas los horario de los trenes con salida a Brujas, y consultamos en taquilla cuál era la mejor y más económica opción de billete. En un principio estimamos sacarnos un pase denominado Rail-pass, que por 74 euros y hasta un máximo de cinco personas, se pueden hacer hasta un máximo de 10 viajes, sin embargo, el atento funcionario nos ofreció otros billetes que nos saldrían más económicos, porque además, al ser fin de semana los billetes costaban el 50%. Como al día siguiente, lunes, queríamos visistar Amberes, también en la región de Flandes al igual que Brujas y Gante, sacamos el correspondiente billete, que aunque para viajar un lunes, pudimos adquirirlo también a mitad de precio.

    Fotos de los canales de Brujas. Más fotos en nuestro álbum de FLICK

En el anden correspondiente, serían las 9.30 de la mañana cuando cogimos un tren de dos alturas que en poco más de una hora nos dejaría en Brujas. Nada más llegar vimos junta a la estación, aparcamientos para bicicletas que ya habíamos visto en casi todas las estaciones. El uso de la bici en este país, como en la mayoría de los limítrofes, es importante, teniendo incluso preferencia de paso los ciclistas ante coches y peatones.
 
Minewater
Canales de Brujas
A la salida de la estación de Brujas, casi en línea recta vimos el Minewater, el lago del amor, que dejaríamos para la tarde, por lo que caminamos unos 15-20 minutos hasta que entramos por fin en una ciudad de cuento, de hadas, de sueños... Esta ciudad, que permanece intacta desde hace siglos, mantiene un aire y un aroma medieval, de otro siglo, con sus casas de ladrillo caravista y fachadas acabadas en escalones, de tonos ocres y rojizo y hasta un máximo de 3 alturas. La ciudad estaba a rebosar de turistas, y por supuesto españoles, que tanto contemplaban la arquitectura de la ciudad, tanto guardaban colas para recorrer sus calles en calesa, o sus anegadas calles en pequeñas barcas, porque efectivamente, Brujas es otra de las ciudades denominadas "la Venecia del norte", que no sé cuántas habrá, y está recorrida por preciosos canales que atraviesan bucólicos y bellos rincones que parecen más de otros tiempos. Nosotros cogimos un barquito en uno de los muelles destinados al efecto, que nos encontramos nada más entrar en la ciudad, concretamente en la calle Katelijnestraat, junto al Saint Jans hospital y un convento beguino (que más adelante veremos). Por 6.50.-€ una barca de recreo nos paseó y mostró los más bellos rincones de la ciudad, aunque en flamenco, francés e inglés, sin embargo, no necesitábamos nada más, pues la ciudad habla por si sola, aparte de llevar nuestras correspondientes guías con información detallada de lo que íbamos viendo. Por cierto, las barcas, en las que caben unas 25 personas, van provistas de paraguas por lo que pudiera pasar.

De camino al Grote Markt
Al finalizar nuestro acuático periplo nos dirigimos al Grote Markt, la plaza principal de la ciudad, recorriendo espectaculares calles medievales, algunas destinadas por completo al comercio. Llegados a la plaza, nos quedamos atónitos al contemplar el Belford, un campanario de 83 metros construido en el siglo XIII construido sobre el mercado de las Hallen, un antiguo mercado de siglo XIII. Sin duda, este campanario con carrillón de 47 campanas, se ha convertido por derecho propio en el faro del la ciudad, la referencia de cualquier visitante de la ciudad de Brujas.Para nuestra sorpresa, estaban celebrando unas jornadas gastronómicas locales en el centro de la plaza. Por 15 euros, se podían degustar 5 platos de alta cocina, que no llegamos a saborear, aunque sí su espléndida cerveza que se elabora en la propia ciudad y que se denomina Brugse Zot.



Todavía era pronto. No tendríamos más de 16º y el cielo estaba cubierto, por lo que optamos por realizar el recorrido a pie que sugiere la guía visual de El País de 90 minutos. Fue una extraordinaria idea que nos llevó por zonas alejadas del turismo; lugares que sólo contemplamos nosotros en esos momentos, sin embargo, a medio recorrido decidimos dejar el tour y entrar en una cervecería local; auténtica, de esas a las que solamente van los brujenses. Con escasa iluminación y con algunos lugareños en su interior degustando al zumo de cebada y lúpulo, nos tomamos una botella de litro de Leffe blonde de unos 7º, lamentando no haber traído los cacahuetes que dejamos en el hotel.


Basílica de la Sangre de Cristo
A poca distancia del bar, accedimos a una zona a las afueras de la ciudad (dándonos cuenta de lo que realmente habíamos caminado) en la que surgen de elevados y empinados montículos robustos molinos de viento (4 en total) en perfecto estado de conservación. Fotos y más fotos, y continuamos hasta llegar a la plaza del Burg con su Stadhuis, el Ayuntamiento construido en gótico flamígero en el siglo XV y que constituye una de las maravillas de la ciudad. También en la plaza, y adosada al Ayuntamiento, nos encontramos con la Baslílica de la Santa Sangre de Cristo a la que accedimos subiendo por unas degastadas escaleras de mármol. Por suerte, en una capilla lateral contemplamos de lejos el relicario tubular que, supuestamente, contiene la sangre de Jesús. El templo no es muy grande, pero lo compensa con sus hermoso interior repleto de obras de arte, amén de unas impresionantes vidrieras. 


El Grote Markt
Hora de comer.
Para comer teníamos localizado, por sugerencias de diarios de viaje y foros, la brasserie Medard, muy cerca del Markt, en el 18 de Sin Amandsstraat. Y qué bien y barato comimos. Por cuatro platos de espaguettis bolognesa, generosos y riquísimos, una ensalada con 2 grandes croquetas de queso de cabra y 4 pintas de la cerveza local, pagamos 29€. 

Serían las 14:30 más o menos, cuando decidimos coger el tren de las 15:30 horas en dirección a Gante, no sin antes pasar por el beaterio, el Begijnhof. Son recintos surgidos en la Edad Media, para acoger a las mujeres de los Cruzados.
 
Begijnhof
En esta pequeña ciudad, vivían las beatas como lo harían las monjas, pero sin tomar los votos. Pegado a este curiso y tranquilo lugar, seguidamente anduvimos por el Minnewater, el lago del amor. Precioso, bucólico, un verdadero remanso de paz que invitaba al paseo, a la reflexión, pero que no pudimos disfrutar al tener que marchar de inmediato a la estación de tren. 


Gante. Graslei, Muelle de las Hierbas
 

En poco menos de media hora el tren nos paró en la estación de Gante. En una máquina espendedora sacamos un ticket para el tranvía nº 1 que nos dejaría en el centro mismo de la ciudad. Lástima que ya había oscurecido y no pudimos hacer fotografías a la luz del día, porque lo que vieron nuestros ojos nos dejó impactados y sobrecogidos. Cierto es que esta ciudad está eclipsada por la cercana Brujas, pero no deja de ser hermosa y monumental, quizá más que Brujas. Ciudad medieval, antiguo gran centro de poder político y económico. Gante, al menos su caso antiguo, está igual que hace 400 años, cuando los españoles rondaban por allí. Al contrario que Brujas en el que todo es más pequeño, Gante nos dio la impresión que cuenta con más espacios abiertos, con anchas avenidas y enormes edificios históricos, pero sin duda es el Muelle de las Hierbas (Graslei) el lugar más mágico de Gante y el más perseguido por sus visitantes. Este puerto medieval está repleto de vida y comunicado por canales con Brujas y con los principales destinos del norte de Bélgica..., pero el muelle nos maravilló. Repleto de terrazas, edificios históricos pegado unos a otros de estilos variados que van desde el románico al gótico, con sus caraterísticas fachadas en peldaños, con un manso y ancho canal. Como en tantos otras ciudades belgas, las mejores casas fueron en tiempos gremiales, como la de los marineros, los recaudadores de impuestos, de los albañiles, etc.

Muelle de las Hierbas. Gante. Foto sacada de Google

Nos sentamos en una terraza junto al canal (en la foto de abajo, a la derecha, en las mesas que hay junto a unas sombrisas), frente a la hilera de casas salidas de un cuento. No se oía tráfico. El tiempo acompañaba, la luz tenue y una cerveza Jupiler, nos trasladó a la edad media. Sin duda, una de las mejores vistas que jamás hayamos visto, y uno de los mejores momentos de relax, donde pudimos saborear tranquilamente y pausadamente el sabor y aroma de Gante junto a buenos amigos. Pero antes recorrimos sus calles empedradas, el Ayuntamiento, el Castillo de los condes de Flandes, y finalmente el enorme Belfort (la torre del campanario), que junto a la catedral de San Bavón y la Iglesia de San Nicolás, componen un triángulo excepcional formado por sus tres altas torres, que intentamos fotografiar desde el  puente de San Miguel.
Muelle de las hierbas. Gante
Decididos a regresar a Bruselas sobre las ocho de la tarde, si bien, pienso que quizá fuera un error dedicar un solo día a las dos ciudades más hermosas de Bélgica, porque aunque vimos casi todo, anduvimos mirando el reloj más de lo debido y las dos ciudades hubiesen requerido un día entero cada una.

El muelle de las hierbas, o Graslei, de noche
Al llegar a la Central Station, cogimos un metro y nos dirigimos a la zona europea, a la parada de Schuman. Allí quedamos con Sergi para cenar en el local que mejores hacen las frites en toda Bélgica, en el Maison Antoine. Cuando llegamos, tres largas colas de gente esperaban su turno para, por 2,20 el cucurucho pequeño y 2.50€ el grande, más 0.60 por una salsa, degustar las que dicen mejores patatas fritas de Bruselas. Como curiosidad, en cualquiera de los bares de la zona se puede entrar con el cartucho de patatas, siempre y cuando consumas la bebida, de esta manera, todos ganan.

Las mejores frites de Bruselas
Atiborrados de patatas con su característico y acre olor, declinamos la propuesta de Sergi de tomarnos alguna cerveza en algún local de moda, y decidimos irnos a descansar. El día había sido largo, muy largo y agotador, y mañana nos esperaba Amberes, pero antes optamos por recorrer de nuevo la Grande Place, convertida a esas horas de la noche en un macro botellón con cientos y cientos de jóvenes. Para que luego digan de Alicante.

DIA 4. Lunes 31 de octubre

La tercera ciudad de la región de Flandes que visitamos fue Amberes. Por unos 30€ los cuatro, conseguimos (el día anterior al 50%) un billete de ida y vuelta a la ciudad que ostenta ser la primera productora mundial de diamantes. Sobre las 10-10.30 de la mañana llegamos a la que es considerada 4ª estación más bonita del mundo, según la revista Newsweek. De estilo neobarroco, comenzó a operar en 1904 y, ciertamente, no pasa desapercibida su magnificencia. 
Grote Mark. Amberes
Comenzamos a caminar por el centro, visitando la iglesia de Santiago y San Pablo en donde reposan los restos del universal Rubens -que no vimos al estar su tumba tras el presbiterio que estaba cerrado al público-, y recorriendo sus principales calles comerciales hasta que alcanzamos su catedral, dedicada a la Virgen María y esculpida en estilo gótico. Justo al lado, recorrimos la plaza principal, el Grote Markt, envuelta en edificios simbólicos de los siglos XVI y XVII, pertenecientes a los gremios de la época que imitaban la arquitectura tan característica belga. El Ayuntamiento también no fue ajeno a nuestros ojos, ni a nuestro objetivo, al igual que la estatua de Brabo, el héroe que fundó la ciudad de Antwerpen.

Según la revista Newsweek, una de las 5 estaciones más bonitas del mundo
Dejando atrás el Markt llegamos al puerto de Amberes, el segundo más grande de Europa, aunque pocos barcos viéramos. Conectado con el cercano mar por el río Escalda, caminamos por un paseo elevado que nos permitió ver lo ancho que era el río y cómo la ciudad creció y prosperó junto al margen portuario.

Puerto de Amberes
Casco antiguo. Amberes
Poco más nos quedaba por ver de esta diamantina ciudad, por lo que decidimos sobre la una del medio día regresar a Bruselas para comer y dedicar la tarde a la compra de algunos regalos que todavía teníamos pendiente. A decier verdad, la ciudad nos algo defraudó, pues esperábamos algo más, después de haber visto el día anterior Brujas y Gante.
                                                         
Ya de vuelta en la Central Station de Bruselas, no dirigimos sin dilación a A la Mort Subite una cerveceria de la conocida y referida marca, que nos trasladó a otro tiempo, a otra década. Donde en su interior notabas cómo se detenía el tiempo. Nos pedimos para apaciguar la sed unas pintas de Maes, para después proseguir, cómo no, con cercevas de la marca Mort Subite, que sorbimos con unas ommeltes con bacon, ensalada y plato variado de quesos y salamis, que una atenta y servicial camarera nos sirvió. 

Ya nos iba quedando menos tiempo. Al día siguiente a las 06.45 horas nos saldría el avión del aeropueto de Zaventem, y todavía teníamos algunas cosillas pendientes, como la compra de regalos, por lo que tras la comida decidimos irnos de compras cada uno por su lado, y quedar en el hotel a las 6 de la tarde para visitar el Atomium. Antes de comenzar a recorrer tiendas, engullimos tranquilamente un gofre en uno de las múltiples tiendas que los venden alrededor de la Gran Place, para acto seguido empezar a ver tiendas, comprobar precios y cambiar de ideas.

Con los deberes hechos, un cargamento importante de chocolates, algún que otros detallito/recuerdo chorra de esos que tanto me gustan, algunas camisetas y regalitos para los peques, enfilamos el hotel para dejar las bolsas, descansar apenas unos minutos y coger el metro hasta la parada de Heysel, a las afueras de la ciudad, y donde está ubicado el Atomium (una ampliación de 165 millones de veces del átomo de una molécula de hierro). Lástima que llegamos de noche, sobre las siete y media, y no pudimos sacar buenas fotos, aunque sí pudimos comprobar perfectamente lo grande que era. Cada una de las 9 esferas están comunicadas por escaleras mecánicas, y en la supuerior se encuentra un restaurante con unas vistas sin igual, pero no pudimos comprobar nada, porque cerraban a las 19.30. Tampoco pudimos entrar a la Pequeña Europa, una de las atracciones más visitadas de Bruselas. Es un parque que recrea a escala los principales monumentos europeos, como el Coliseo, el monasteriod el Escorial o la Torre Eiffel, y que por lo visto, vale la pena verlo.

El Atomium.



El Atomium iluminado. Este símbolo belga se encuentra a las afueras de la ciudad, y para llegar se ha de coger la línea 6 (azul), dirección Roi Baudoin. El trayecto dura unos 20 minutos hasta la parada de Heysel, desde donde caminando se accede fácilmente al propio Atomium.

    En el Kokob, con Sergi

En 20 minutos regresamos en metro a la capital belga, donde habíamos quedado de nuevo con Sergi. Esta última noche nos iba a llevar a un restaurante de cocina local para desgustar uno de los típicos platos de la gastronomía belga: la carbonade, es decir, un guiso de carne aromatizada con finas hierbas y cocinada con cerveza local, sin embargo, no pudimos probarla, porque los dos restaurantes a los que intentamos entrar estaban completos. El plan B consistía en algo inusual, un restaurante que nada tenía que ver con la gastronomía bruselense, ni europea: un restaurante etíope, el Kokob.
En una gran bandeja pusieron una masa tipo crepe que la cubrió por completo, para seguidamente una joven camarera comenzar a vertir carne de pollo y cordero sazonadas, legubres, pistos y asados de verduras, que acompañaríamos con ensalada y queso fresco. Para beber, pinta de cerveza, cómo no, y en vez de cubiertos, la misma masa que había sobre la vianda enrollada como un pergamino, que íbamos desenrollando para cogerla entre los dedos y así coger con la mano la comida. Muy divertido, muy bueno y bien de precio. Una segunda cerveza nos sirvió para finalizar la cena y regresar al hotel, despedirnos de Sergi y acostarnos, porque el despertador sonaría a las 4 de la mañana.

DÍA 5. Martes 1 de noviembre

A las 5 de la mañana ya estábamos todos en el hall del hotel. Hacemos el check-out, nos dan en recepción el desayuno en una bolsa (queso, pan, croasan y yougurt) y cogemos un taxi en la puerta que habíamos solicitado el día anterior, que nos deja en el aeropuerto internacional de Zaventem en poco más de 20 minutos. Recomendamos ir al aeródromo con tiempo, más que nada porque es enorme y se tarde mucho tiempo en ir de una terminal a otra. Facturamos sin problema y encontramos nuestra puerta de embarque rápidamente. A pesar de la hora, en el aeropuerto vemos mucha gente, muchos viajeros que van y vienen. Esta vez, Jetairfly nos da una tarjeta de embarque con reserva de asiento, pero al ser de los últimos nos proporcionan un sitio en la cola del avión. 

Nos vamos. Minewater
A las 06.45 horas nuestro avión despega puntualmente en dirección a Alicante, aterrizando 2 horas y diez minutos después. Fin del viaje, fin de unos días de evasión y diversión, de cargar pilas, de conocer otras culturas, nuevas gastronomías. Un viaje que ha valido la pena. Nos lo hemos pasado estupendamente, y además, gracias a Sergi, que nos ha hecho de perfecto anfitrión, nos hemos sentido en ocasiones como un bruselense más.

Ahora, a preparar el viaje del año que viene que seguro traerá muchas, pero que muchas sorpresas.  Para más fotos, entra en nuestro álbum de FLICKR