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domingo, 11 de octubre de 2009

VIAJE A DUBLÍN. Del 8 al 11 de octubre de 2009

PARTICIPANTES: Inma y Felo, Antonelo y Rosa, y Vicente y Gemma
DÍAS: Del 8 al 11 de octubre
HOTEL: Hotel Maple 3*-incluido el full irish breakfast-
TRANSPORTE: Ryanair: IDA: 18:30-20:00
                                      VTA: 14:00-16:15
 
   


¡VIVA LA GUINNESS! es lo primero que podríamos decir a nuestra vuelta de Dublín. Esta cerveza lo envuelve todo, desde la bebida, por supuesto, a la cocina, el deporte o los souvenirs, pero no todo fue beber cerveza -o sí?-.
   

DIARIO DE VIAJE



DÍA 1. Jueves 8 de octubre

A las 18:30 salía con 25 minutos de retraso, nuestro vuelo de Ryanair al aeropuerto internacional de Dublín. Nada más aterrizar a las 20 horas, retrasamos una hora nuestros relojes y nos enfundamos jerseys y cazadoras para protegernos del frío reinante. Habíamos pasado de las bondades del clima alicantino, con sol y unos 25º, a nubes y 10º.
Los trámites de recogida de equipaje fue rápido. Salimos de la terminal y enseguida dimos con el Bus Aerlink 747, que por 6 euros por persona -el tique lo sacamos en una máquina expendedora- nos dejaría en 20 minutos en la Estación Central de Autobuses "BusAras" de la capital irlandesa. Bajamos del autobús de dos plantas y recorrimos caminando los escasos metros que nos separaba de nuestro Hotel Maple, en la Low Gardnier Street.  De tres estrellas, era lo que justo buscamos cuando vamos de viaje: céntrico, limpio, que incluya desayuno y buen precio. Quizá las habitaciones eran algo pequeñas, si bien, cumplía perfectamente nuestras expectativas.

Nuestro Hotel Pub Gogarty. Aquí cenamos dos veces
     Pagamos por adelantado la tarifa que habíamos reservado con antelación por Internet, dejamos las maletas y caminamos abrigados en dirección al Casco Antiguo de Dublín, más conocido por  Temple Bar . El barrio está al lado del río Liffey, y por sus calles deambulan miles de personas en busca de un PUB, un sitio donde comer o escuchar buena música irlandesa. En esta nuestra primera noche en Dublín, entramos en el PUB Oliver St. John Gogarty, catalogado en algunas guías como uno de los mejores, y buena fe dimos de ello. Con nuestra primera Guinness en las manos, envueltos en un ambiente cordial de un típico PUB irlandés, -muy parecido a los que tenemos aquí, pero sin tanto adrezzo y tanta decoración-, entre unas paredes de más de 200 años y con las ganas y entusiasmo de haber comenzado nuestro viaje, tuvimos nuestro primer contacto con la cocina irlandesa. Guisos con Guinness y Fish & Chips deliciosos, crujientes, fueron nuestra primera cena, que seguiría con alguna cerveza más (entre 4.5 y 6€ la pinta), allí mismo, y en el Pub más famoso de todos; el que da nombre -o al revés-  al barrio, el Temple Bar.  Serían cerca  de las 12 de la noche, cuando decidimos regresar al hotel por la ribera del río, atravesando el famoso Halfpenny Bridge, que debe su nombre al hecho de que en el siglo XIX se cobrase medio penique a quienes quisieran atravesarlo.
El Pub que da nombre al barrio, o al revés

De camino nos dimos cuenta de la cantidad de gente que se desplazaba de un Pub a otro, siendo el Spire, un pirulí o cono de acero de 120 metros de altura situado en O'Connell Street, un punto de encuentro para la mayoría de turistas y dublineses.
A dormir.

DÍA 2. VIERNES 9 de octubre

Como ya es habitual en nuestros últimos viajes, el primer día suele ser terrible, ya que nos pasamos casi todo el día caminando. Debido a nuestro afán por ver y conocer a fondo la ciudad, nos marcamos una ruta al principio, que solemos -y lo hacemos- variar sobre la marcha.   A las 8.30 de la mañana habíamos quedado todos en el comedor para dar buena cuenta del Full Irish breakfast, es decir, de un completo desayuno irlandés compuesto por judías, huevos fritos, salchichas, bacon y algo parecido a una morcilla picante, y para beber, zumos y café con leche.

Río Liffey

Trinitty College
Es de reseñar que todos los miembros de la expedición pedimos, las tres mañanas, el mismo desayuno -que se podía suplir por tostadas con mantequilla-, aunque no todos estuvieron dispuestos a probarlo todo. Como digo, habíamos quedado a las 8.30 de la mañana, pero debido a que ni Inma ni yo cambiamos la hora del móvil que utilizaríamos de despertador, éste nos sonó una hora antes, de manera que desde las 7 de la mañana estuvimos merodeando por las calles dublinesas.
El día amaneció como casi todos, gris. Se pronosticaba lluvia, y llovió todo el día. Ningún problema. Chubasqueros y paraguas al poder, y a recorrer Dublín. Cruzamos el río y nos dirigimos al Trinity College, la Universidad más antigua de Irlanda, fundada por Isabel I en 1592. Parecía que estuviéramos en una de las películas de Harry Potter, en medio de un Castillo medieval, en un ambiente lúgubre, con frío, con lluvia. Entramos en varias estancias, destacando la antigua biblioteca, la Long Room, que almacena más de 200000 volúmenes históricos y sobre todo el Libro de kells, un manuscrito ilustrado del año 800 redactado por monjes celtas, que reúne los 4 evangelios del Nuevo Testamento.

Trinitty College
Salimos por donde entramos, no sin antes visitar el Aula Magna convertida en improvisada biblioteca, y caminamos por una de las calles peatonales con mayor vida comercial, Grafton Street, donde tuvimos que pararnos en una cafetería a tomarnos un café, entrar un poco en calor y hacer una pausa en el camino. En la calle seguía lloviendo, al tiempo que la gente seguía haciendo su vida, no como aquí, que si caen 2 gotas suspendemos cualquier tipo de actividad. Hicimos como los dublineses, tomarnos el café por la calle; por la misma que nos llevaría al hermoso, solitario y bucólico St Stephen's Green, uno de los pulmones verdes de la ciudad. Me recordó el Hoftgarten de Dusseldorf, muy parecido, con grandes árboles de hoja caduca en todos ocres, con olor a humedad, paseando por una alfombra de fresco y bien cuidado césped repleto de hojas secas, y con un lago salpicado de ánades que lo convertían en un verdadero remanso de paz.

Panorámica del bucólico Stephen Green

Stephen Green
La lluvia arreciaba, pero no podíamos perder tiempo protegiéndonos de la lluvia. ¿Y si no para...?  Continuamos deambulando por el parque, saliendo por uno de sus extremos para recorrer el pintoresco barrio Georgiano, tan característico por sus artísticas puertas de colores. Un nuevo alto en el camino nos condujo a unos Grandes Almacenes junto al parque, el St. Stephen's Green Shopping Center, en la confluencia de Grafton Street y King Street, del que nos llamó la atención el buen uso dado a la luz natural, pese a estar nublado.
Nuestro siguiente destino sería la parada de autobús en Dame Street que nos llevaría a la Guinness Store House, no sin antes detenernos en algunos puntos de interés de la ciudad, como un mercadillo cubierto en el que vendían objetos artesanales y de segunda mano. Al llegar a la Bus stop, preguntamos a una amable señora cuál era el autobús que nos llevaría a la fábrica de cerveza, pero nos indicó que perfectamente podríamos ir andando. Solamente tendríamos que caminar unos quince minutos por la calle Dame hasta coger Thomas street, que nos conducirá a St. James Gate, la fábrica de cerveza Guinness. Y así lo hicimos, aunque no fueron sólo quince minutos, sino unos cuantos más. Al menos vimos más cosas de la ciudad como el Ayuntamiento o la Christ Church Catedral, una de las dos catedrales de Dublín que ampara las confesiones protestantes y católicas. Por cierto, pese a intentarlo un par de veces, no pudimos entrar a verla.

Christ Church
Seguía lloviendo, nos estábamos calando y nos acordábamos de la mujer que nos dijo que no estaba muy lejos caminando. Por fin vimos un gran cartel negro con la palabra Guinness, que nos indicaba que ya nos quedaba menos. Al girar por una calle de altas tapias de ladrillo, vimos chimeneas humeantes -por el tostado de la cebada-, camiones negros de reparto, enormes depósitos de almacenaje e infinidad de turistas que se dirigían a la puerta de entrada.

Llegando a la fábrica Guinness
Llevábamos 4 invitaciones que nos había gestionado nuestro amigo Vicente en Alicante, de forma que sólo tuvimos que pagar entre los seis, dos, a razón de 15€ cada uno. Carísimas. Unas audio-guías en español (free) nos mostraros toda la historia y el proceso de elaboración de la cerveza –un tostón-, hasta que llegamos al laboratorio, en el que, supuestamente, deberíamos apreciar las características visuales, olfativas y gustativas de tan apreciada bebida. Unos vasitos servirían para hacer la prueba, o para paliar la sed a otros, verdad?. Proseguimos nuestro ascenso por las 7 u 8 plantas de la antigua fábrica (ahora se elabora en otra que hay enfrente) y alcanzamos el Gravity Bar, un ático circular completamente acristalado, desde el que se observa todo Dublín. Allí arriba degustamos una Guinness (free), aunque si hubiéramos querido, nos la podríamos haber “tirado” nosotros mismos una planta más abajo.

Como en nuestro anterior viaje a Alemania echamos en falta unos cacahuetes o similares entre cerveza y cerveza, decidimos que esta vez no nos ocurriría lo mismo, de manera que nos llevamos unos frutos secos para ayudarnos a engullir las pintas que diariamente bebíamos, y claro está, en el Gravity no pudo ser menos. Abrimos una bolsa de cacahuetes fritos que acompañaron de maravilla la pinta que nos dieron.
Antes de salir de la fábrica-museo, visitamos la tienda de recuerdos –todo más caro que en cualquier otra- y salimos con el convencimiento de que había sido una visita; una excursión totalmente prescindible al ser muy visual, de muchas imágenes por pantallas, mucho rollete al fin y al cabo. Y así se lo decimos a nuestros lectores, pues echamos en falta observar el proceso de elaboración in situ, ver cómo se hace de primera mano, no a través de fotos antiguas e imágenes.
En el Gravity Cheers
    
Y seguía lloviendo.

Se nos había hecho tarde. Eran las 3 de la tarde y todavía no habíamos comido. Un poco a la aventura, Vicente propuso entrar en el  The Stag's Head,  en el 1 de Dame Court -paralela a Dame Street-, situado en una calle que habíamos estado por la mañana.

En el Stag's
Y allí fuimos. Resultó ser un Pub Victoriano forrado de madera tallada, artesonados y esculturas, fundado nada más y nada menos que en 1870.  Unas pintas y un fish & chips delicioso, nos mantuvo un par de horas descansando, planificando nuestras próximas paradas y recordando a unos de nuestros compañeros de viaje que esta vez no pudieron venir: Ángel y Susi. Un café en un bar cercano nos dio la salida para la jornada vespertina que nos llevaría, nuevamente callejeando con mapas y guías en mano, hasta la Catedral de San Patricio, que por cierto, la encontramos cerrada.
Fish & chips
  
Unas fotitos de rigor y ascendimos por St. Patrick St y Nicholas St hasta la Chirst Church Cathedral, que ya habíamos contemplado por la mañana, y que también se encontraba cerrada. Estábamos cansados de tanto caminar. Un rápido descanso en el hotel, y nos tomamos unas porciones de pizza en plena calle, terminando la jornada en el Pub O'Sheas, junto a nuestro hotel.
Terminando la noche en el O'Sheas

Como muchos de ellos también contaba con música celta en director. Esta vez tocaba un dúo que hizo las delicias de los allí congregados, al tiempo que pintas de cerveza corrían por doquier. El ambiente en estos lugares de reunión y visión de partidos de cualquier deporte, es extraordinario. La atmósfera limpia que se respira –está prohibido fumar en todos los espacios públicos cerrados-, de luces tenues, en un espacio de más de 100 años, con el sonido del violín y la guitarra a lo lejos, y con la compañía de buenos amigos,  te hace sentirte satisfecho y olvidarte por unos instantes del stress, del trabajo y de la rutina diaria en tu ciudad. Sin lugar a dudas, estos viajes se han convertido en una verdadera vía de escape en los que todos cargamos las pilas,  descansamos la mente, que no el cuerpo, y cómo no, visitamos y conocemos un nuevo país.

Con no sé cuántas pintas a nuestras espaldas –o en nuestros estómagos-, nos fuimos a dormir. Mañana nos esperaba la excursión a Howth. Una visita que nunca olvidaremos.

 
DÍA 3. Sábado 10 de octubre

 
Esta mañana no nos equivocamos y nos levantamos a la hora prevista. Full Irish Breakfast para todos y a la street.
Sabía que frente al pub O’Sheas había una WebCam, por lo que nada más salir del Maple, nos pusimos frente a la cámara y llamamos a mi hermano Javi y al de Antonelo, David. Enseguida nos vieron, aunque las imágenes iban con una cadencia de  3 ó 4 segundos, fueron unos minutos simpáticos, en los que nuestros familiares nos veían a la vez que hablaban a más de 5000 kilómetros.
Amaneció nublado, pero no llovía. Cruzamos el río y fuimos a la estación del tren de cercanías -DART- en Tara St, donde compramos un billete de ida y vuelta al cercano pueblo de pescadores de Howth. El Dart nos dejaría a la entrada del pueblo en 20 minutos.  Nada más bajar del tren, el penetrante aroma a mar nos informaba que estábamos junto al puerto. No había mucha gente, acaso un colegio de niños italianos y pocos turistas más.
 
Panorámicas del pueblo de Howth

Recorrimos el espigón hasta el faro, hicimos un sinfín de fotos y simplemente, nos relajamos. Hoy no debería ser el día como el de ayer, que aunque sin prisas, nos pasamos el día caminando. El paisaje era completamente verde, y la mezcla de olores a lluvia, mar y tierra mojada, nos embriagada.


Entramos en el pueblo por un cuesta, que dejamos para ascender por un sendero a los restos de una fortificación normanda situada en una atalaya, que proporcionaba unas vistas espectaculares. Pisando el verde césped y los tréboles, convertidos en símbolo del país, a nuestra izquierda quedaba la antigua Abadía hoy en ruinas; delante el puerto pesquero y deportivo, y a la derecha verdes prados que lindaban con la agreste costa. Continuamos hasta llegar a la pequeña y bien conservada Iglesia del pueblo, y al bajar entramos en un PUB a descansar un rato y tomarnos nuestra enésima Guinness, esta vez con almendritas marcona.

HOWTH
Al haber visto ya el pueblo y el puerto, nos planteamos comer en ese mismo Pub. Tras la cerveza de rigor en la barra nos sentamos, pero una decisión de última hora nos hizo levantarnos de la mesa y marcharnos a otro Pub. Al ser el 40 cumpleaños de Vicente, tuvo a bien invitarnos a una bandeja de ostras (maridada con Guinness), pero al no disponer ese Pub de tan preciado molusco, optamos por ir a otro. Pasamos otra vez por el puerto pesquero, y cuál fue nuestra sorpresa al contemplar focas entre los barcos, arrimándose a los muelles, como si estuvieran esperando que les echáramos comida. Fotos, un poco de vídeo, visita a un par de pescaderías, y tras un intento fallido por tomar las ostras en una pescadería-restaurante, entramos por fin en el que sin duda se convertiría en nuestra mejor experiencia dublinesa:  el Pub del The Bloody Stream
Pub The Bloody Stream o  "el flujo de sangre"
Al entrar habíamos retrocedido 200 años en el tiempo. Esperamos turno junto a la barra, en una alta mesa de madera con una botella de whiskey con una vela en el centro, haciendo de improvisada lámpara. Paredes y suelo de piedra, antiquísimos armarios repletos de objetos marinos y antigüedades, mobiliario centenario de madera, luz tenue, velas, ambiente cálido, acogedor. Afuera nublado, con frío, bucólico, muy tranquilo. Sólo faltaba que hubiera entrado el Capitán Ahab antes de partir en busca de Moby Dick. Pedimos salmón, fish&chips y unas gambitas rebozadas (siempre en platos abundantes y generosos) regado, cómo no, en más pintas, y la verdad, quedamos plenamente satisfechos. Lugar claramente recomendable. A los postres (creo recordar, algo de helado y tarta), hicimos una verdadera sobremesa española, contándonos anécdotas e historietas de viaje que siempre suelen salir a colación en esos instantes, llegando el summun de la tertulia, al relato del uso de la Almazara del pueblo de Rosa por parte de algunos colectivos ciudadanos. Todavía seguiríamos allí si no es porque el tiempo corre.
Sin duda, de volver a Dublín, iría nuevamente al mismo Pub.
Esperando mesa con una Guinness
De vueltas en la capital irlandesa, caímos en la cuenta que esa tarde jugaban las selecciones de fútbol de Italia e Irlanda, y eso son palabras mayores. Oleadas de personas ataviadas con la camiseta verde de la selección, con gorras y bufandas, acompañados de hijos, amigos y peñas, acudían, no sólo al próximo estadio de Croke Park, sino a los pubs que retransmitirían en directo el esperado duelo. Entre miles de personas, paseamos por el Temple Bar, cruzamos el río y visitamos la parte norte, una zona comercial de calles peatonales. Entramos por las calles Henry, Mary, Lower Liffey St, visitamos algunos grandes almacenes, como el Penny’s, en supermercados, e hicimos un alto en el camino para tomarnos un café irlandés (café, nata fría y whiskey).


Río Liffey
Recomiendo al viajero, siempre una visita a un mercado o supermercado del lugar, para visionar en primera persona de qué viven los ciudadanos de esa ciudad, qué comen, cómo se visten, qué leen, qué compran. En resumidas cuentas, es una divertida y sencilla manera de tomarle el pulso a un país.
Descansamos un rato en el Hotel, previa pinta en el O’Sheas, y a las 20.30 quedamos en el hall para cenar en el Temple Bar. Como nos gustó el Gogarty, allí acudimos, sin embargo, no había mesa; teníamos que esperar. Era sábado y, como en España, los bares y restaurantes están a rebosar. Nos acomodaron finalmente en una sala bastante lujosa, que en nada se parecía al lugar donde cenamos el jueves. Nos dieron las cartas, y ¡sorpresa!: los precios, aún siendo el mismo Pub-restaurante, se habían duplicado. Sobretodo quien suscribe, cogió un mosqueo genial –bien aprovechado por algunos comensales para echarse unas risas-, llegando incluso a plantearse marcharse a otro local. Al final, una Cold Pint of Guinness, y las bromas generalizadas quitando importancia al asunto, me hizo replantearme la situación.
En el pub que cenamos, el Gogarty
En el Temple Bar
Cenamos guisos –stew- a la cerveza Guinness, de cordero, salchichas, etc. La cocina irlandesa no paraba de sorprendernos, no sólo por la calidad, sino también por la cantidad. Al salir, el Temple Bar estaba a reventar. No cabía ni un alfiler. Riadas humanas caminaban en busca del mejor Pub, la mejor música en directo. Decidimos alejarnos de las principales calles y llegar hasta el extremo sur del barrio, en Dame St, y entrar en el primer Pub que nos causara buena impresión. Este era, como casi todos, enorme. La fachada de madera negra tallada, con tres salas, con mobiliario oscuro y antiguo, con un alto techo artesonado en un extremo; vamos, el típico pub irlandés que difiere de los españoles, en que no hay una recargada decoración, ni un excesivo adrezzo.
Un par de pintas más nos llevaron de vueltas al hotel a descansar. Habíamos vivido una jornada estupenda, no tan cansada como la del jueves. Y todavía nos quedaría el domingo por la mañana.
 
DÍA 4. Domingo 11 de octubre

Desayunamos como siempre. Hacemos las maletas y las depositamos en una consigna gratuita que nos proporciona el Hotel. A las 13:40 salía el vuelo de regreso a Alicante, por lo que dispondríamos de tiempo hasta las 12 para patearnos por última vez Dublín. No serían más de las 9.30, cuando decidimos aprovechar la mañana y visitar alguna de las dos catedrales. La Church estaba cerrada al turista, había misa.


Catedral de San Patricio
Entramos en el jardín, más fotos, otro poquito de vídeo y rumbo a St. Patrick al son de un característico tañido de campanas. Previo pago de 5.50€ cada uno, nos vimos inmersos en una atmósfera medieval, con el añadido de una coral ensañando motetes y cánticos religiosos. Había mucho que ver: bustos, grandes estatuas de santos e ilustres dublineses, lápidas conmemorativas de soldados muertos en combate, banderas y pendones de más de 200 años, las sillas del coro coronadas por yelmos y espadas. El ambiente era casi lúgubre, pero reconfortable.

O'Conoll Street y al fondo el Spire
A la salida nos dirigimos sin dilación por las calles desiertas del Temple Bar hasta el hotel. En recepción nos llamaron una Big-Van -un taxi para 6 personas-, que nos recogería a las 12 para llevarnos al aeropuerto de Dublín.

En el Temple Bar por la mañana y totalmente desierto
El check-in lo hicimos de inmediato, pero tuvimos que sufrir media hora de cola para pasar el control de seguridad.
Una de las conclusiones sacadas de este viaje, ha sido sin lugar a dudas, junto a los cacahuetes y almendras que nos llevamos de Alicante, el tema de las maletas. Nosotros facturamos dos grandes para evitar sobrepasar los 15kg que admite Ryanair, pero al final nos sobró la mitad del peso y espacio, de manera que la mejor configuración, a nuestro juicio, para un viaje de unos 4 ó 5 días y dos personas sería: facturar una sola maleta (máx. 15kg),  llevar otra tipo troley como equipaje de mano (55x40x20), que no se facturaría, y una mochila adicional por si acaso.
Un sanwich comprado en un súper de Dublín, nos sirvió de comida en el aeropuerto a unos, y en el mismo avión a otros, que despegó a las 14 horas, llegando a Alicante a las 16:15 hora irlandesa, unahora  más en España.

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The girls with Moly Malone
   
     Fin del viaje, y a esperar el próximo.